Gestión
del conocimiento y capital intelectual para la investigación en las
universidades
Knowledge management and intellectual capital fo
research in universities
Jorge Luis
López Sánchez1a
ORCID: https://doi.org/10.37711/rpcs.2021.3.3.333
Citar
como: López Sanchez, J. L. (2025). Gestión del
conocimiento y capital intelectual para la investigación en las universidades. Innovación Empresarial, 5(1), 7-9. https://doi.org/10.37711/rcie.2025.5.1.669
Una de las prioridades que tienen las
universidades estriba en fomentar la creación intelectual y la producción de
conocimientos, con el propósito de contribuir a la solución de los diversos
problemas que se presentan en la sociedad, en sectores estratégicos como salud,
educación, justicia, política, producción, economía, finanzas, tecnología,
entre otros; por lo tanto, es necesario que exista una estrecha relación entre
las universidades y la sociedad.
Para Barreno Salinas et al. (2018), se trata de
una responsabilidad compartida entre la universidad y la sociedad, reafirmando
así los principios básicos de la formación de estudiantes para su inserción en
el mercado laboral. Al respecto, la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, 2021) ha publicado el informe de la
comisión internacional sobre los futuros de la Educación, titulado: Reimaginar juntos nuestros futuros: un nuevo contrato
social para la educación, en el que hace un llamado a la investigación y la
innovación, al promover el derecho a la educación a lo largo de toda la vida,
incluyendo diferentes tipos de datos y formas de conocimiento, como el
aprendizaje horizontal y el intercambio de conocimientos más allá de las
fronteras, así como las contribuciones de los docentes a los estudiantes.
La
Ley N.º 30220, Ley Universitaria del Perú 30220 (2014) establece en el artículo
6º que uno de los fines de las universidades consiste en realizar y promover la
investigación científica, tecnológica y humanística, así como la creación
intelectual y artística. Así mismo, en el artículo 48º considera a la
investigación como una función esencial y obligatoria de la universidad, donde
los docentes, estudiantes y graduados participan en la actividad investigadora.
Diaz-Leon (2023) sostiene, por su parte, que en el
ámbito universitario es fundamental considerar no solo al estudiante, sino
también al docente, recayendo en este último la principal responsabilidad de la
producción científica.
Ahora bien, ¿cómo medir la
producción de investigación científica en las universidades? Guerrero Rojas
(2021) manifiesta que la calidad del servicio educativo universitario peruano
se mide a partir de dos requisitos, por el “nivel” y por el “volumen” de
trabajos de investigación realizados en la etapa formativa, tanto por los
estudiantes como por los docentes.
No
solo se trata de hacer investigación para cumplir con la exigencia legal de tal
forma que los estudiantes se titulen sustentando una tesis y los docentes
publiquen sus artículos científicos en revistas indexadas, sino que, además, se
debe propender a una investigación de calidad e intensiva con impacto en la
sociedad. En el Perú, no todas las universidades cumplen con estos fines; es
más, la calidad académica se encuentra muy por debajo de los estándares
internacionales. Este dato lo podemos corroborar revisando el ranking mundial de
universidades del Times Higher Education (2024), que
incluye 1904 universidades en 108 países y regiones. Los indicadores de
desempeño se agrupan en cinco áreas y sus porcentajes de ponderación fueron:
enseñanza, con un 29,5 % (el entorno de aprendizaje); entorno de investigación,
con un 29,0 % (volumen, ingresos y reputación); calidad de la investigación,
con un 30,0 % (impacto de las citas, solidez de la investigación,
excelencia de la investigación e influencia de la investigación); perspectiva
internacional con un 7,5 % (personal,
estudiantes e investigación); e industria, con un 4,0 % (ingresos y
patentes).
A nuestro juicio, el fomento
de la producción científica en las universidades tiene varias aristas, como
contar con laboratorios especializados dotados con equipos necesarios, docentes
capacitados con experiencia en investigación, asignación de una partida
presupuestaria exclusiva, convenios con otras universidades o instituciones,
bibliotecas especializadas, accesos a bases de datos relacionadas a la
investigación científica, entre otros. Todo esto se resume, en una palabra,
“conocimiento”, y como tal debe ser gestionado en función de las
potencialidades y necesidades particulares de cada universidad. En este
sentido, la gestión del conocimiento se entiende como la capacidad de una
organización para crear nuevo conocimiento, diseminarlo a través de la
organización y expresarlo en productos, servicios y sistemas, a través de dos
espirales de contenido epistemológico y ontológico, las cuales hacen referencia
a la interacción de los conocimientos tácito y explícito, individual y social,
de naturaleza dinámica y continua, que se desarrollan en un ciclo permanente
que contiene cuatro fases: socialización, exteriorización, combinación e
interiorización (Nonaka & Takeuchi
1999). Resulta asimismo importante
anotar la definición de De Jager
(1999) como la necesidad de acelerar el flujo de la información que tiene
valor, desde los individuos a la organización y, de vuelta, a los individuos,
de modo que ellos puedan usarla para crear valor para los clientes.
Así mismo, se debe
interiorizar dentro de la cultura de las universidades el concepto de “capital
intelectual”, como los recursos intelectuales tangibles e intangibles, los
activos no físicos de naturaleza intelectual, tales como conocimientos,
información, propiedad intelectual y experiencias, los cuales pueden ser
utilizados para generar valor y riqueza. Esto es complejo de conocer y de
compartir eficazmente; sin embargo, triunfa quien lo identifica y lo explota
(Stewart, como se citó en González Díaz et al., 2023).
Para el análisis de los
componentes del “capital Intelectual” existe un consenso entre varios autores
pertenecientes al modelo Intellectus de medición y
gestión de capital intelectual (Bueno et al., 2011), por ser de fácil
comprensión, ya que agrupa en tres bloques a todos los activos intangibles de
la institución y su capacidad para contribuir con el objetivo señalado: capital
humano, capital estructural y capital relacional.
El capital
humano hace referencia principalmente a las personas, puesto que el
conocimiento reside en ellas. Por lo tanto, el capital humano vigente en las
universidades recoge el conjunto de conocimientos y capacidades que dominan los
miembros que las componen (docentes, estudiantes, egresados y personal
administrativo). Dichos conocimientos, y gran parte de las capacidades, se
adquieren mediante procesos de educación (formal e informal), comunicación,
socialización, reciclaje y actualización de los saberes asociados a la
actividad desempañada (Bueno et al., 2011).
El capital estructural, por otro lado, refiere a
la infraestructura que incorpora, capacita y sostiene el capital humano.
También es la capacidad organizacional, la cual incluye los sistemas físicos
usados para transmitir y almacenar el material intelectual (Edvinsson
y Malone, 1999). En las universidades, el capital estructural está relacionado
con los recursos bibliográficos, normas, manuales y reglamentos internos, bases
de datos electrónicas, intranet, internet, cultura organizacional y valores
institucionales. Por consiguiente, los directivos y gestores de la organización
deben prestar especial atención al desarrollo del capital estructural, como
medio para rentabilizar y proyectar hacia el futuro la inteligencia, el talento
y el trabajo de todos sus miembros, en tanto que propuesta de valor de la
entidad (Bueno et al., 2011).
El capital
relacional, por su parte, remite el valor que tiene el conjunto de relaciones
que la institución mantiene con los diferentes agentes sociales (Bueno et al.,
2011). En consecuencia, este capital está relacional está directamente
vinculado a la capacidad que tienen las universidades para integrarse en su
entorno socioeconómico y desarrollar redes de contacto. Entendiéndolo de este
modo, el capital relacional está conformado por los stakeholders o grupos interesados
en que se realicen las investigaciones científicas que, de alguna forma, los
beneficien.
Con todo, a investigar se
aprende investigando, lo que significa que si se quiere aprender a investigar
se debe practicar, porque la práctica constante se convierte en experiencia, y
esta experiencia, que puede ser individual o grupal, pueda ser transmitida
mediante las asignaturas de investigación del plan de estudios, informes de
investigación, conferencias, congresos, institutos de investigación, revistas
indexadas, etc. Además, si un investigador toma como fuente un trabajo de
investigación anterior, el resultado del nuevo trabajo ha de ser mejor,
creándose de esta forma una espiral de conocimiento que permitirá que
gradualmente suba el nivel y la calidad del mismo.
En conclusión, en las
universidades debe implantarse una cultura orientada a la investigación
científica que transmita a sus miembros la importancia y el valor que tiene
esta actividad para la creación intelectual y la producción de conocimiento, a
fin de que este pueda ser transmitido más tarde a la sociedad y contribuya así
en la solución de los problemas que esta enfrenta. En este esfuerzo, se debe
incluir dentro de la organización de las universidades a unidades o
departamentos que se encarguen de diseñar políticas, planes y programas anuales
de investigación científica, así como de su control y cumplimiento.
REFERENCIAS
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