ENSAYO

La Catrina como espectro de seducción en la pintura de Elsa Quiñones

La Catrina as a Specter of Seduction in the Paintings of Elsa Quinones

 

Leopoldo Tillería Aqueveque 1,a


Recibido: 06-11-2024

Aceptado: 26-12-2024

Publicado en línea: 04-01-2025  


RESUMEN

Elaborado desde la filosofía del arte, este ensayo pretende confirmar la tesis de que la obra de la artista plástica mexicana, Elsa Quiñones, en lo puntual aquella que representa a la mítica figura de La Catrina, podría ser interpretada a partir del concepto de seducción de Jean Baudrillard. Tras la selección de dos de sus calaveras engalanadas con colores vivos y pétalos, aves, trenzas y cintas por doquier, se constata que el ritual y la muerte, dimensiones fundamentales de esta seducción, resultan claves en la estética de Quiñones. Sus Catrinas nos seducen por medio de la muerte, aligerando el azar en un encuentro accidental con el resto de los seres que las contemplan; por medio del ritual, asomando a la vida gracias al arte de la mexicana, como el eterno retorno de una sagrada y primitiva forma ceremonial.

Palabras clave: arte contemporáneo; cultura; México; muerte; pintura.

 

ABSTRACT

Written from the perspective of the philosophy of art, this essay seeks to confirm the thesis that the work of Mexican visual artist Elsa Quiñones—particularly her representations of the mythical figure La Catrina—can be interpreted through Jean Baudrillard’s concept of seduction. Through the selection of two of her skulls, adorned with vibrant colors, petals, birds, braids, and abundant ribbons, it becomes evident that ritual and death—fundamental dimensions of this seduction—are key elements in Quiñones’s aesthetic. Her Catrinas seduce us through death, mitigating the randomness of an accidental encounter with those who behold them; and through ritual, they reemerge into life through the artist’s hand, as the eternal return of a sacred and primordial ceremonial form.

Keywords: contemporary art; culture; Mexico; death; painting.

 

Citar como: Tillería Aqueveque, L. (2025). La Catrina como espectro de seducción en la pintura de Elsa Quiñones. Desafíos, 16(1):0. https://doi.org/10.37711/desafos.2024.15.2.433

 

Filiación y grado académico

1 Universidad Bernardo O’Higgins, Santiago, Chile.

a Doctor en Filosofía.

 

INTRODUCCIÓN

Se ha convertido en un lugar común decir que las artes visuales y la poesía han quedado como a trasmano en su tarea de intervención ideológica desalienadora frente a los embates del capitalismo mercantilista desregulado o los de una confusa estética de lo cotidiano.

Sin embargo, esta afirmación parece no estar del todo fundamentada, en especial por su carácter totalizante, y porque, además, los ejemplos del propio arte latinoamericano reflejan hoy en día una realidad bien distinta. Así, v.g., los artistas plásticos Pablo Guzmán, Pablo Ferrer, María Reverol, Hugo Robledo, Diana Kisner, Lucía Alborta, entre tantos otros, muestran un arte lleno de simbolismos, belleza, retórica constructiva, colorido, abstracción, etc., bastante lejos de estos embates de un capitalismo furibundo o de las prácticas ultra heterodoxas de la estética de lo cotidiano.

En este ensayo me propongo reflexionar, desde el prisma de la filosofía del arte, precisamente acerca de una de las más reconocidas exponentes del arte latinoamericano, coincidiendo con Pineda (2011) en que la filosofía no es subsidiaria del arte, pero tampoco su juez, sino espectadora de la creación y del desarrollo de una experiencia humana que incita a pensar.

La tesis que pretendo demostrar indica que la obra de la artista plástica mexicana Elsa Quiñones1, particularmente aquella que representa a la mítica figura de La Catrina2, puede comprenderse a partir del concepto de seducción, acuñado por el filósofo francés Jean Baudrillard en 1979. En lo específico, sugiero que dos de las dimensiones de esta seducción, el ritual y la muerte, serían esenciales en la estética de Las Catrinas pintadas por Quiñones.

Todo esto, teniendo en cuenta que la obra de nuestra artista excede, por lejos, la temática de La Catrina y se encarama a manifestaciones plásticas relacionadas con las más diversas índoles del universo mexicano.

De este modo, en las telas de Quiñones proliferan, entre otros objetos y seres, soles, mariposas, frutas, árboles con sus hojas (algunas de ellas ya en pleno vuelo), cactus, lunas azules adornadas con cintas y flores multicolores, bicicletas llenas de pajaritos junto a imponentes puertas azules y marcos color piedra, muñequitas artesanales de colores infinitos, una ciudad mágica en un nuevo comienzo, Vírgenes de Guadalupe y niñas con alas de mariposas pintando sus propios cuadros.

El método utilizado en este escrito ha sido el de caso único (Stake, 2007), correspondiendo éste a la artista plástica Elsa Quiñones3. Las unidades de análisis elegidas fueron dos de sus obras: La vida no te olvida (2022) y Bienvenida a la vida (2015). Ambas se escogieron mediante el método de muestreo teórico (Barrios, 2015; Vegas, 2016). Finalmente, y siguiendo a Flyvbjerg (2006), el caso seleccionado responde al criterio de caso paradigmático, es decir, un caso que hipotéticamente permite desarrollar una metáfora relativa al ámbito de interés de la investigación.

 

DESARROLLO

Ritual y muerte: modos de la seducción

Habría que decir que, por su propia naturaleza, el seducir presenta la imposibilidad de referirse a él discursivamente. Sin embargo, Baudrillard (2000) se las arregla para hacernos entender de qué se trata, y cuya característica seminal sería la de ser reversible: “la seducción es el destino. Es lo que queda de destino, de reto, de sortilegio, de predestinación y de vértigo, y también de eficacia silenciosa en un mundo de eficacia visible y de desencanto” (p. 170).

En realidad, la seducción termina siendo una metafísica esotérica, la gran opositora del mismísimo simulacro, pues: “Vivimos de todas maneras en el sin sentido, pero si la simulación es su forma desencantada, la seducción es su forma encantada” (Baudrillard, 2000, p.  170). Entre las distintas facetas que adopta el seducir en su repliegue ante los embates de la producción, hay dos que parecen ser claves para entender la presencia de Las Catrinas, que Quiñones ha pintado en varios de sus cuadros. Tales facetas o modos son el ritual y la muerte.

 

La seducción como ritual

Esta dimensión equivale precisamente a la seducción en su fase original. Podríamos decir, con toda razón, que se trata de su incursión primitiva.

Así que el seducir habría tenido una fase ritual, es decir, dual, mágica y agonística; una fase estética, reflejada en la estrategia estética del seductor; y una fase política, la de “la forma informal de lo político”, entregada a la reproducción infinita de una forma sin contenido (Baudrillard, 2000).

Pero la mirada del francés es más bien escéptica, en términos de que la seducción originaria parece haberse esfumado en medio de un universo transformado preferentemente en objetos de simulacro:

Se acabó el universo en el que los dioses y los hombres intentaban gustarse, incluso mediante la seducción violenta del sacrificio. Se acabó la inteligencia de signos y analogías que provocaba el hechizo y la fuerza de la magia […], no sólo los dioses sino los seres inanimados, las cosas muertas, los mismos muertos, que ha hecho siempre falta seducir y conjurar mediante rituales múltiples, hechizarlos con los signos para impedirles hacer daño. (Baudrillard, 2000, p. 166).

O sea, lo que seduce del ritual no es su polaridad dialéctica, como orden del universo de la ley y el sentido, sino, por el contrario, su dualidad agonística como dominio del juego y de toda la esfera de la regla.

Es el binomio muerte-regla el que asedia al reino de la ritualidad, como si se tratara del azar atascado, fruto justamente del ritual reglado por la seducción originaria: “Al no detenerse nunca en la verdad de los signos, sino en el engaño y el secreto, […] inaugura un modo de circulación secreto y ritual, una especie de iniciación inmediata que sólo obedece a sus propias reglas del juego” (Baudrillard, 2000, p. 79).

La seducción como muerte

Paradójicamente, la clave de esta faceta fatídica es el propio azar de la muerte, el del gesto ingenuo de la muerte, que actúa, pese a ella, como gesto icónico del seducir:

La muerte aparece sin estrategia, incluso sin artimaña inconsciente, y al mismo tiempo adhiere la profundidad inesperada de la seducción, es decir, de lo que ocurre al margen, del signo que camina como una exhortación mortal a espaldas incluso de los participantes (a espaldas incluso de la muerte y no solamente del soldado), del signo aleatorio tras el que se opera otra conjunción maravillosa o nefasta. Conjunción que da a la trayectoria de este signo todas las características de la ocurrencia. (Baudrillard, 2000, pp. 71-72)

Si seguimos con detalle al filósofo galo, nos encontramos con que lo encantador es el asombro de la muerte: aun sin ningún plan, arregla el azar con el azar de un gesto, es decir, interviene el destino con la fuerza mínima de un encuentro accidental. Y, sin embargo, todo se cumplirá como la muerte lo ha murmurado, tal como la muerte le siseó al oído a Julio César la suya en los idus de marzo4:

Otra vez esas luces en el cielo. No pueden ser luces de antorchas. Esta es la hora del silencio, la única hora de quietud en Roma. Hasta Antonio debe estar dormido. ¿Por qué no puede dormir César? Calpurnia también se vuelve a uno y otro lado. Tiene la frente bañada en sudor, se le mueven los labios, por dos veces ya ha proferido mi nombre. Evidentemente está asustada, y esto no es propio de ella. ¿Por qué habían de alarmarla los terrores nocturnos o algún horrible presagio? […] Es este un peligro que, aunque no tomo ninguna precaución contra él, supongo que debería considerar en Roma. Pero en Roma sólo me queda un día más. (Warner, 1996, p. 8).

De este modo, sin quererlo ni buscarlo, la muerte, como artificio del seducir, termina convertida en algo muy parecido a Helheim, el lúgubre reino de la muerte de la mitología nórdica, adonde iban a parar los enfermos y los viejos, y desde cuya inmensidad, como sin darse cuenta, ni los dioses que entraban en él podían salir.

Las Catrinas

La Catrina (la “muerte” o la “huesuda”) comienza a aparecer entre las calles de las distintas ciudades de México, diciéndole al mundo que es tiempo de recordar a aquellos que ya se han ido, convirtiendo al Día de Muertos en una de las fechas más especiales del año, en un país lleno de velas, flores icónicas, calaveras y tradiciones que se pasean estas dos noches por doquier (González et al., 2024).

Con una mezcla de reminiscencias de herencia hispana y elementos precoloniales, La Catrina tiene una connotación ritual que, en todo caso, trasciende el Día de Muertos. Ya sea con su característico vestido victoriano, su tocado de flores o su traje indígena, con elementos folclóricos o como alusión a algún difunto famoso, los tributos a la “dama de la muerte” se pueden constatar en el embellecimiento de la forma de la calavera y en sus magníficos atuendos (Fuentes, 2018).

El rito de La Catrina reza así: su origen es la figura azteca Mictecacihuatl, la diosa de la muerte. En la leyenda, la diosa azteca se quedó con los huesos de los muertos, pues en algún momento éstos podrían volver a usarse.

El personaje vuelve a tomar vida como una figura típica en el Día de los Muertos, vistiendo ahora de una manera muy fina. Inicialmente, La Catrina fue conocida como “La Calavera Garbancera”5, por el título que le dio Posada al grabado en el que se representa a una mujer con ropajes finos y diseños que servían para burlarse de las clases más privilegiadas de México. A través del tiempo, su figura perduró como símbolo de protesta y, desde entonces, se agrega a las fiestas de Día de Muertos en altares, mientras muchos se visten de catrinas y catrines (Rivera, 2020).

La vida no te olvida (ver Figura 1) es de hecho una Catrina. Realizada en material mixto sobre tela, se pudiera arriesgar la tesis de que responde a un estilo pseudo naíf o primitivo6, lo que también podría afirmarse de la segunda Catrina, titulada Bienvenida a la vida (ver Figura 2). Es decir, Las Catrinas de la maestra Quiñones presentarían casi todos los atributos del arte naíf7, esto es, una apariencia ingenua, espontaneidad, colores brillantes contrastados, formas simples, un enfoque directo de la temática y un encuadre libre de perspectiva.

Sin embargo, lo que definitivamente no hay en la versión de estas Catrinas (atenidos a una definición más o menos universal de lo naíf), es la evidencia de una falta de conocimientos técnicos y teóricos o de criterios que determinen un consistente trabajo cromático. Al contrario, lo palmario en la observación de las dos Catrinas son aquellos rasgos que traducen más bien un dominio acabado del binomio composición-color; y eso, sin considerar el referente cultural o folclórico que da vida al mexicanismo de cada una de las telas.

En el caso de La vida no te olvida, se aprecia una simetría casi perfecta que habla de formas ornamentales vivas y multicolores sobre un fondo rosa brillante que parece agregarle todavía más vida a la obra. A su vez, en Bienvenida a la vida predominan en el rostro de la calavera pétalos rojos, rosas, celestes, mandarinas, amarillos y violetas, mientras sus ojos se ven formados por las mismas flores de la cara y el torso, pero sólo en tono violeta, salvo el centro de la “flor”, donde nos distrae un vistoso botón rosa pálido.

Al igual que en la obra anterior, esta transforma el torso de La Catrina en una segunda tela, una de color negro, llena de hojas de colores, todas con tallos blancos y flores que se mimetizan con las cintas anudadas (rosas, naranjas, rojas, celestes, verdes y amarillas) en que terminan las dos contorneadas trenzas de la “huesuda”. Como una flor más, un papagayo variopinto hace las veces de corazón con las mismas tonalidades de las flores y de las cintas, en un festival de colores y seres mexicanos.

Contradiciendo el escepticismo del pensador francés, el universo de Elsa Quiñones revive el concepto de ritual a través del dibujo y el colorido de sus telas. Si Baudrillard (2000) acusaba que la tardo-modernidad había terminado con la inteligencia de signos provenientes de la fuerza del hechizo, Las Catrinas de la artista muestran exactamente lo contrario: las propias calaveras son el signo mágico que nos hechiza con sus espiralados ojos violetas y su hipnotizante pepita rosada a modo de iris.

Lo que nos seduce en las dos obras de la mexicana, y esta es una cuestión metafísica de la mayor importancia, es el ritual del retorno a la vida (simbólica, pictórica, terrenal), no sólo de la imagen sino propiamente del ser de La Catrina. Y si este rito cultural-espiritual que inicia Quiñones no representa la reversibilidad más pura de la seducción de Baudrillard (¡reversibilidad que devuelve los muertos a la vida!), entonces ¿qué representa?

Retomemos a Baudrillard (2000), quien sugiere: “no sólo los dioses sino los seres inanimados, las cosas muertas, los mismos muertos, que ha hecho siempre falta seducir y conjurar mediante rituales múltiples, hechizarlos con los signos para impedirles hacer daño” (p. 166). Estos mismos muertos son los que, parafraseando al filósofo de Reims, ahora nos seducen convertidos en Las Catrinas de Elsa Quiñones, como si esta resucitación pictórica fuera, aunque sea majadero repetirlo, un ritual de seducción.

¿Y qué hay de la muerte? ¿Qué hay de la muerte con la figura de la propia “muerte” en Las Catrinas de la mexicana? La muerte, que aparenta ser el mayor embeleso de La Catrina, que se embellece con espléndidos atavíos y miramelindos, y que con la ayuda de la técnica mixta y el acrílico de Elsa Quiñones vuelve al mundo de los vivos como una exhalación seductora, irrumpe poseyendo a la una y a la otra, a las dos “huesudas” de Quiñones, a la con fondo rosado y a la con fondo azul, a la con y a la sin papagayo, encantándonos con un arreglo tan frívolo como el azar.

Justo como lo quería Baudrillard (2000): el asombro de la muerte (o de estas calaveras que superponen la vida y la muerte) se revela abruptamente como lo seductor, aligerado el azar con un mínimo gesto de asimetría, de colorido por aquí y por allá, de brillo y de opacidad, de cintas y de trenzas, disfrazando la intervención del destino con la fuerza mínima de un encuentro accidental. ¿Cuál? El de nuestra humana contemplación con la seducción que murmuran las deslumbrantes Catrinas de Elsa Quiñones.

 

CONCLUSIONES

Se ha corroborado la validez de la tesis sugerida al inicio del ensayo: que la obra pictórica de la artista mexicana Elsa Quiñones —por de pronto, la centrada en Las Catrinas— puede ser entendida filosóficamente a partir de la teoría de la seducción baudrillardiana. Así mismo, haciendo una especie de zum en las dos Catrinas seleccionadas, dicha seducción se manifiesta, según lo argumentado, mediante dos de sus modos fundamentales: el del ritual y el de la muerte.

Las Catrinas de la maestra Quiñones nos seducen a través de la muerte y el ritual, como si su retorno a la vida en el Día de Muertos no fuese una experiencia suficiente para andar seduciendo a los vivos por las calles de las ciudades de México, vestidas con sus magníficos atuendos y sus llamativos adornos y accesorios.

Mediante la muerte, mostrándose ambas como el epítome del seducir, aligerado el azar en un encuentro accidental, pero no aleatorio, con el resto de los seres que se atreven a contemplarlas. Mediante el ritual, asomando a la vida gracias al arte de Quiñones, como el eterno retorno de una sagrada y primitiva forma ceremonial.

Es como si estas “damas de la muerte” quisieran quedarse para siempre en este lado del mundo, conviviendo con los vivos, seguras de que el ritual que las rememora y la muerte que las constituye fueran estrategias suficientes para seducir a quien quiera mirarlas, a ellas, tan emperifolladas, con sus trenzas, sus filigranas y cintas opacas y brillantes, y el cúmulo de tallos y pétalos que juegan en sus caras de hueso y en sus torsos y cuellos negros como su pelo. Una de ellas, con su papagayo de siete colores a punto de volar.

Pero, sobre todo, ambas, con sus iris color rosa, que parecen embrujar al más escéptico, al más vivo, al menos esotérico. Y todo esto, porque la técnica mixta y el acrílico utilizados por Elsa Quiñones son, a la postre, los afanes de una artista que ya ha sido seducida por la seducción como la Gran Maestra, como el artificio de un intercambio ritual ininterrumpido.

 

REFERENCIAS

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Baudrillard, J. (2000). De la seducción (E. Benarroch, trad.). Cátedra. (Original publicado en 1979).

Flyvbjerg, B. (2006). Five misunderstandings about case-study research. Qualitative Inquiry, 12(2), 219-245. https://lc.cx/ohKaxa

Fuentes, Y. (30 de octubre de 2018). La Catrina: de dónde viene la popular calavera que se usa en México para celebrar el Día de Muertos. BBC News Mundo. https://lc.cx/h4YZ6_

González, K., García, L., Pérez, F., y Vicencio, M. (30 de septiembre de 2024). ¿Cuál es el origen de la Catrina? Vogue 25, México y Latinoamérica. https://lc.cx/cGfM_y

Pineda, A. (2011). La filosofía del arte en la época del fin del arte. Práxis Filosófica, (32), 249-267. https://lc.cx/iR7e0A

Pintores Mexicanos. (s.f.). Elsa Quiñones. Artista Visual Mexicana. https://lc.cx/15Ey2E

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Rivera, S. (28 de octubre de 2020). La Catrina y su historia para el Día de Los Muertos. Los Angeles Times. https://lc.cx/OidRWm

Rocca, P. (30 de junio de 2021). Legado y vigencia del Arte Naïf en Uruguay. Revista Dossier. https://lc.cx/3dDV77

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Stake, R. (2007). Investigación con estudio de casos (R. Filella, trad.). Morata.

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Warner, R. (1996). César Imperial (M. Álvarez de Toledo, trad.). Altaya. (Original publicado en 1960).


   Fuentes de financiamiento

La investigación fue realizada con recursos propios.

Conflictos de interés

El autor declara no tener conflictos de interés.

Correspondencia

Leopoldo Tillería Aqueveque Santiago, Chile.

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